La Panspermia revisitada
La panspermia es una hipótesis que propone la idea de que semillas de ‘vida’ existen por todo el universo y que la vida en nuestro planeta se originó de las mismas.
De acuerdo a la panspermia, vida proveniente de esas mismas semillas, ya existe en otros planetas o cuerpos celestiales.
La exogénesis es una teoría similar, pero que no pretende establecer cuán diseminada ésta es.
La primera mención de esta teoría fue avanzada por el filósofo griego Anaxágoras en el V Siglo AC. La teoría resurgió en el Siglo XIX cuando varios científicos, Hermann von Helmholtz en 1879 y Svante Arrhenius entre ellos, en el 1903 la revivieran
De acuerdo a la teoría, la panspermia puede ser interestelar o interplanetaria. La teoría permanece una hipótesis sin corroboración alguna.
El distinguido científico Fred Boyle (1915-2001) y Chandra Wickramasinghe (1939 - ) por su genio, se constituirían en proponentes de la idea de la vida en formas discretas continúa penetrando la atmósfera terrestre y que puede ser responsable por brotes epidémicos de enfermedades nuevas y de la novedad genética necesaria para la macro evolución.
Existen formas débiles y fuertes de la panspermia que, para ser aplicables, requerirían que la Teoría del Bing-Bang sea modificada, para acomodarlas.
Pruebas
No existen pruebas que confirmen la panspermia, pero existe evidencia, aunque circunstancial para la exogénesis.
Estromalitos pre-cámbricos en la Formación Siyeh del Glacier National Park, son restos fosilizados de algas y microbios que poblaron la tierra 3.5 mil de millones de años.
Los últimos representan las formas de vida más vieja en el planeta.
El récord fosilizado pre-cámbrico indica que la vida apareció de inmediato, luego de la formación de la Tierra.
Lo que sabemos (o creemos saber):
La edad de nuestro sistema solar y de la tierra se estima en unos 4.56 × 109
Que muchos de los hallazgos de bacterias fotosintéticas no han podido ser documentados
Que aún reina la incertidumbre para el establecimiento preciso de la edad del Universo, pero se estima que la edad más aproximada es 13.700 millones de años.
Los extremófilos
La evidencia de la existencia de bacterias y de organismos que soportan condiciones extremas y que sobreviven, provee la panspermia con algún soporte adicional, ya que estos organismos podrían, en teoría, sobrevivir los rigores del viaje sideral.
Hasta ahora permanece apropiado reconocer, que aún no existe prueba de que hemos sido visitados ni por criaturas procedentes de otros planetas ni por microbios que puedan medrar en nuestra atmósfera.
Pero, la panspermia ha obtenido soporte de las fuentes más inimaginables.
Francis Crick ganador del Premio Nobel avanzó en el 1973 la teoría de la panspermia directa la que aun se debate.
Por ahora, esta teoría representa una más de nuestros orígenes como seres vivos en este solitario cuerpo celestial, llamado Tierra.
A pesar de todo ello, y, de acuerdo con el estado actual de nuestro conocimiento, el origen de la vida permanece como misterio profundo e inexplicable. Todo lo que pretendemos conocer acerca del origen de la vida puede ser resumido en una de tres hipótesis existentes:
(I) que fue un milagro,
(II) que fue el resultado de un accidente improbable, pero, que de todos modos ocurriese, y
(III) que fuese la consecuencia inevitable de la interacción de leyes físicas y químicas operando bajo condiciones favorables.
NASA ha cambiado dos veces el nombre del proyecto SETI, primero le dio el nombre de Columbus, y ahora se le conoce como el Proyecto Phoenix.
Los cambios en designación no han bastado para mejorar los resultados modestos de esta misión. Aún carecemos de toda evidencia que dé soporte a la noción de la existencia de vida inteligente en otros cuerpos siderales.
De todos modos, las actividades de la imaginación del ser humano han suministrado pruebas históricas substanciales de que nosotros debemos de creer en otros seres cuyas existencias remotas los colocan en los lugares más inaccesibles, pero, que, sin embargo, ellos deben de existir, para vigilarnos, y aún para protegernos contra nuestros propios desatinos.
Pueda que ella sea la razón por la que siempre les arrogamos a esos seres hipotéticos inteligencias muy superiores a las nuestras. Hecho éste que, de así ser, no sería estrictamente necesario.
El viaje por los espacios interestelares tampoco es extraño a la Biblia en la cual se leen narrativos de ángeles viniendo de los cielos, o de seres humanos ascendiendo a la Gloria (el Cielo), o navegando el espacio abierto en carrozas tiradas por caballos.
Tal vez el pasaje bíblico más impresionante es el de Ezequiel, quien describe un encuentro con cuatro vehículos de forma similares a un platillo volador ‘llenos de ojos’, los cuales giraban en su vuelo y de los que emergieran seres de ‘imágenes humanas’. Este pasaje pudo haberse adaptado de una de las películas recientes acerca de las visitas a nuestro planeta por seres provenientes de galaxias remotas.
Nuestras especulaciones se obscurecen del mismo modo por razón de la controversia que existe, de sí nuestro universo es espacialmente finito (cerrado) o infinito (abierto). Polémica ésta que aún permanece insoluta y por esa razón, también permanece sin respuesta, la pregunta que aquí nos hacemos.
Para complicar aún más nuestros dilemas, los sistemas operativos que se proponen gobiernan nuestros estados cognitivos psicológicos y de conciencia permanecen relegados a especulaciones subjetivas y nada más.
Sin embargo, yo me pregunto: si el ser humano ha demostrado a través de los tiempos, una inclinación innata a formular ciertas cuestiones y a plantear ciertos problemas, ¿qué valor adaptador estas actividades tendrían si no existiese una razón implícita del mayor orden para que ello así fuese?
Y, si del mismo modo, algún día se descubre (como puede suceder) que existen otros seres inteligentes y otras civilizaciones avanzadas establecidas en lugares años-luz de distancia de nosotros.
¿Cuál sería nuestra respuesta y quienes organizarían nuestros contactos?
Preparémonos pues, intelectual y emocionalmente, para esa contingencia probable.
Imagen
La visión de Ezequiel por Mikhail Vrubel
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