miércoles, 18 de agosto de 2010

El cerebro trabaja más ante una situación de duda que de riesgo

Lo¡sostienen que hay 24 áreas del cerebro que actúan frente a lo imprevisible y no lo hacen igual frente a riesgos conocidos. Y que son las zonas emocionales las que ayudan frente a la incertidumbre.
Gabriel Giubellino.

ggiubellino@clarin.com
Al ser humano no le gustan las incertidumbres. Eso lo sabe cualquiera por experiencia propia. Lo que se desconocía es que su sistema neuronal responde de manera muy distinta cuando se lo enfrenta a distintos niveles de probabilidad. Se activa mucho más ante un resultado imprevisible: 24 áreas del cerebro se ponen a trabajar bajo condiciones de ambigüedad, antes que frente a riesgos conocidos. Son los centros emocionales los que ayudan a lidiar con la incertidumbre. La razón y la emoción van entonces de la mano.



Esta es una conclusión a la que llegaron investigadores de la Escuela Médica de la Universidad de Iowa, y la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Instituto California de Tecnología, en Pasadena, Estados Unidos.



En teorías utilizadas en ciencias sociales se considera que las únicas variables que influencian en una evaluación son los juicios sobre los resultados probables, afirma el estudio publicado en la revista Science, de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.



En algunas elecciones, como jugar a la ruleta, el apostador puede tener en cuenta algunas variables como ciertas frecuencias, u otros antecedentes antes de decidir su jugada. "En el otro extremo, como la chance de un ataque terrorista, las probabilidades están basadas en evidencias exiguas o conflictivas, donde la información importante claramente falta", dice el estudio.



El modelo teórico que explica esta forma de decidir indica que ante una probabilidad imprecisa, la gente se inclina a considerar el peor resultado posible. Se actúa como si del otro lado hubiese un oponente que pueda elegir con maldad lo que desfavorece al participante. Esta es una respuesta emocional. Pero también en ese caso hay una respuesta racional: se estima lo peor, se juzga cuánto paga y entonces se decide.



De esta manera distinguieron dos tipos de incertidumbre: una, llamada riesgosa; la otra, ambigua.



"Las elecciones pueden depender de cuánta información relevante está faltando, o qué tan ignorante se siente la gente comparado con otros", señala el artículo.



Los investigadores focalizaron el estudio en regiones antes asociadas al lado emocional de la toma de decisiones. Combinaron dos fuentes de información: imágenes de resonancia magnética y el estudio de la conducta de pacientes con ciertas lesiones. Ante estímulos que conllevan un alto grado de incertidumbre, las áreas procesadoras de emociones, como la corteza órbitofrontal y la amígdala, se activaron más que frente a estímulos apenas riesgosos. Ambas áreas, conectadas bidireccionalmente, actúan rápidamente como sistemas de "vigilancia" y evaluación.



La investigación demuestra que las situaciones riesgosas y las ambiguas mueven distintas área del cerebro. "Bajo un estado de ambigüedad, el cerebro es alertado de que falta información, y que las elecciones basadas en la información disponible puede por lo tanto tener consecuencias desconocidas y potencialmente peligrosas, y que se deben movilizar recursos cognitivos y conductuales para conseguir información adicional del entorno".



Estas respuestas, observadas en imágenes, fueron corroboradas al estudiar lo que sucede en pacientes con lesiones en la corteza órbitofrontal. No demostraron preferencia por decisiones con riesgo "conocido" por sobre las inciertas.



Lo que hacen estos investigadores es unir el conocimiento de la neurología con el de la economía. Esto lo ha planteado ya un autor del trabajo, Crolin Camerer, en un informe titulado: "Neuroeconomía. Por qué la economía necesita al cerebro". Entonces citó al economista Jacob Viner, quien ya en 1925 decía: "La conducta humana en general y, por lo tanto, presumiblemente también en el mercado, no se encuentra bajo la detallada y constante orientación de hedónicos cálculos exactos y cuidadosos, sino que es producto de un inestable e irracional complejo de acciones reflexivas, impulsos, instintos, hábitos, costumbres, modas e histeria".



En otro siglo, 80 años después, los científicos salieron a corroborarlo. Aldo Rustichini, investigador en teoría de la decisión en la Universidad de Minnesota, Minneapolis, explica esta aversión a la ambigüedad con una experiencia similar a la realizada en esta investigación. Se colocan dos mazos de cartas en una mesa. El de la derecha tiene 50 cartas rojas y 50 azules. El de la izquierda también tiene cartas rojas y azules, pero el conejillo no conoce cuántas de cada una. El investigador toma una carta de cada mazo. Promete darle 100 dólares al participante si acierta el color.



¿A cuál apuesta la mayoría? Al mazo de la derecha. Y la más pura lógica indica que en el otro mazo también hay un 50 y 50 de posibilidades de ganar y perder.



La diferencia es que se apuesta al mazo "conocido", esto es, del que se "conoce la probabilidad". En ese artículo se dice que este razonamiento se emplea cuando se evalúa la relación entre el precio de un producto de una compañía conocida ante otro precio —más barato— de un producto similar, pero de una empresa desconocida. "La gente le gusta más aquello que conoce", afirma Rustichini.

La relación de este tipo de investigaciones con la economía es evidente. Dos sectores importantes de ella, como el negocio del juego y el del seguro, se basan en la consideración de situaciones riesgosas. El estudio menciona incluso otras áreas delicadas sobre la toma de decisiones, como el combate al terrorismo.

"Dilucidar los procesos neurales de la toma de decisiones humanas ayudará a entender las importantes diferencias económicas entre riesgo y ambigüedad", dijo el doctor Facundo Manes, director del Instituto de Neurologia Cognitiva (INECO). "Los experimentos demuestran que mucha gente prefiere apostar en situaciones riesgosas o peligrosas antes que en ambiguas".

Es evidencia científica de un refrán que bien podría haber sido de cabecera de Sancho Panza: "Mejor malo conocido que bueno por conocer".

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